Logique du miglionnaire, Juan Carlos Indart

Logique du miglionnaire
Juan Carlos Indart




Prólogo
Estas líneas se proponen interesar al lector en un texto de André Gide, desde el punto de vista del psicoanálisis de orientación lacaniana.

No me es posible ponderar la influencia de la literatura de Gide en diversos aspectos de la enseñanza de Jacques Lacan. Es un hecho que éste, en 1958, le dedicó un escrito excepcional (1) en donde saca a luz las condiciones de su posición subjetiva, su fantasma y su más allá del fantasma (2) contra la posible reducción de su obra a una psicobiografía. Tal vez la prontitud y profundidad de la intervención de Lacan constituyan un dato a la hora de sopesar su interés por el sujeto Gide y su escritura.

En cuanto a "El Prometeo mal encadenado, es mencionado dos veces por Lacan en Le Seminaire, livre V, Les formations de l’ inconscient" (1957-1959) (3).

A eso lo conduce su reconsideración del análisis del chiste "famillionario", que Freud había presentado a la reflexión por sus posibles relaciones con el inconsciente. Lacan, que en ese momento dispone de las nociones de metáfora y metonimia, a las que había redifinido, precisamente, por su relación con el inconsciente, las aplica al texto freudiano. El chiste "famillionario" resulta paradigmático para articular la sustitución significante como fundamento del efecto metafórico. Si nos lanzamos de entrada a una semántica del chiste, nos perdemos en múltiples sentidos y diversas interpretaciones, y no habrá acuerdo entre los estudiosos. Lo objetivable por escrito, e indiscutible, es que ese tipo de chistes dependen de una sustitución puramente significante. Y lo que verificamos, por experiencia propia compartida, es que si nos alcanza, si estamos en la parroquia, nos da un golpe en la cabeza. Cuando emerge en nuestra audición una creación verbal inaudita así, no existente en nuestro tesoro de significantes, y ya dificil de olvidar, las demás "funciones mentales" sufren un colapso, y entramos en un campo de sin sentido-sentido donde nos adviene un gran deleite verdadero que empuja hacia la risa, pero que no se confunde con ella, y que puede dejarnos, cuando se va, una nostalgia, no de más, sino de lo mismo más tiempo. Mientras tanto muchos significantes se reacomodan ante el golpe, combinándose con gran velocidad, y con efectos metonímicos de goce y de sentido que hacen a todo lo que en uno se deja llevar por la inteligencia del chiste. Al final, como se sabe, no hay que hacer de eso un significado explicativo total. Pero si se lo hace, hacerlo nos muestra algo decisivo: el chiste desapareció, con su deleite y sus verdades.

Aún hay algo más, que interesa sobremanera a Lacan en el caso "famillonario", y es que de la sustitución significante surge algo nuevo. Una creación dificil de definir, pues es válido explorarla en lo simbólico, lo imaginario y lo real, pero en la que Lacan nos orienta señalándola como la creación de una manera de "ser. Famillonario", como substantivo, crea una figura nueva del hombre rico que no existía, un millonario ya irrisorio, un "Millionarr", en alemán, propuesto por el mismo Heine, de quien Freud extrajo el chiste, o un "fat-millionaire", en francés, propuesto por Lacan, o un "fatuo-millonario", en castellano, lo que solo es traducción, y tal vez puedo proponer conceptualmente nuestro "nuevo rico". Es que para Lacan, esa creación del "famillonario" huele como otras que le son vecinas en un momento histórico, en la actualidad de algo que no se sabe qué es pero que pasa, como si fuesen todas ellas, por sustitución significante reiterada, advertencias y localizaciones de algo real, sobre lo que sería deseable saber. Es en este contexto que nos remite a Gide y a su creación del término "Miglionnaire" (4), nombre, digamos, franco-italiano, de un personaje usado en dos de sus obras, pero fundamentalmente en "El Prometeo mal encadenado"; y es aquí donde leerlo nos hace saber más sobre lo que esa substitución significante cifra.

Hilvanaré en lo que sigue algunas puntuaciones del texto de Gide que pueden colaborar en esa tarea.

En "El Prometeo mal encadenado", Zeus, el banquero, el "Miglionnaire", nos es presentado varias veces, en una gradación lógico-literaria exquisita.

1) Al comienzo del texto, el narrador, como observador casual de una escena callejera que lo sorprende, y en un estilo "objetivo-periodístico", nos cuenta que un hombre delgado alcanza a otro muy corpulento, para darle un pañuelo que ha recogido al ver que se le había caído. Un gesto bondadoso, espontáneo, sin otra intención por detrás. El señor corpulento agradece sin palabras, y parece irse, pero vuelve y pregunta algo que el señor esmirriado contesta. Entonces el señor corpulento le da un sobre y elementos para escribir, y ese hombre más bien debilucho escribe algo en dicho sobre. El corpulento guarda el sobre, y el narrador nos debe aclarar que lo que sigue no saldría en el periódico: como despedida, el corpulento le propina al delgado una tremenda bofetada, luego de lo cual se escabulle. El lector, ya que es bueno, quiere saber primero la suerte de la víctima. Sangra bastante, tanto que se le acerca gente para atenderlo. Pero él insiste en que se las arregla solo, y queda solo y se va.

Un enigma, por lo tanto, puro, emparentado con la invención de la novela policial, que se dirige a la curiosidad lógica del lector, sin concesiones descriptivas ni aporte de más datos. Salvo que se sabrá, porque Gide se divierte, que el corpulento es Zeus, el banquero.

Además de divertirse, Gide tiene la idea de articular, en ese enigma callejero que ha sucedido en la cotidianeidad parisina de fines del siglo XIX, al héroe mitológico griego Prometeo. Una idea extraordinaria. El fragmento que nos queda de la tragedia que Esquilo dedicara a esa leyenda ya había comenzado a releerse durante el entusiasmo romántico europeo, al menos por esta razón: no se trata del ineluctable destino tramado por los dioses, que se impone a los hombres sin que estos lo sepan; se trata de Prometeo, el maestro de los hombres, el que les enseñara un saber que es la cultura, una ingeniosidad laboral, "en discordia con Zeus" y su séquito. Ha merecido como primer castigo, por parte de Zeus, ser encadenado, pues éste no deseaba la supervivencia de los hombres; y luego otro más, que un buitre y/o águila se alimentase de su hígado, que se regeneraba continuamente. Este último castigo no lo merece por poca cosa. Lo merece porque se niega a dar a Zeus, el dios, un saber gracias al cual éste podría prevenirse de su derrocamiento y su muerte. El destino de Prometeo queda indeciso, y a imaginar, y su figura queda fijada en la cavilación preocupada y permanente de un problema de conciencia: el sentido de traicionar o no a los hombres o a los dioses. Pues bien, Gide le quita sus escrúpulos, que son sus cadenas, y lo hace aparecer en un pequeño restaurante parisino para introducirlo en un nuevo modo de pensar el problema causado por Zeus, pues ahora, en nuestra modernidad, Zeus es el banquero, el "Miglionnaire". Y durante la obra, Gide hará que Prometeo aporte tres soluciones de eficacia creciente a la cuestión.

2) La segunda presentación del enigma y del "Miglionnaire" esta hecha por el camarero que atiende el restaurante, y se la hace a ese Prometeo fatigado, recién llegado, que pregunta dónde va tanta gente que pasa por la calle. Dicho camarero es amigo de Zeus, el banquero. Lo conoce, es en cierto modo su mensajero y su servidor, y Gide nos puede decir lo que descifra de ese personaje, de ese Hermes, tan esencial en el trato con los dioses. No se detiene en ninguna moral que pudiese designarlo, a veces como delator, a veces como confidente beneficioso, a veces solamente como alguien que gusta de los chismes hasta la irresponsabilidad. Un camarero lo figura bien en la época, y si también es como un dios, aunque menor a Zeus, es porque es la potencia irreductible de poner en relación lo que se sabe, con especial referencia a lo más íntimo, lo aún no dicho, lo más singular de cada cual. Nada lo detiene en cuanto a que la información se transmita. Si no es muy simpático, tampoco para Gide, es porque en su afición porque todo se ponga en relación informativa no se hará responsable de las consecuencias, aún sabiendo que "la información pone en relación lo que no tiene relación". Su poder depende de algo que se desprende con toda lógica de la misma información que él nos suministra. En efecto, el corpulento es el "Miglionnaire", Zeus, el único por ser el dios que, a diferencia de los hombres, puede y se dedica solamente a hacer "actos gratuitos". A Gide le cuesta un poco tratar de que imaginemos el extremo de lo que sería un acto gratuito, libre, sin intención alguna, sin motivación alguna. Pero el camarero nos cuenta que el "Miglionnaire" ha hecho recientemente "dos" de un sólo golpe, detalle importante. Los ha hecho porque es Zeus, ya que ningún humano podría hacer un acto absolutamente gratuito. Ha enviado un sobre con quinientos francos, cantidad que era considerable, a una persona que él no eligió, pues el nombre en el sobre lo puso un hombrecito delgado que recogió para él el pañuelo que había dejado caer. Y al hombrecito que se eligió a sí mismo, pues por las suyas le recogió el pañuelo, le dió el otro don que tenía en el bolsillo, una bofetada muy fuerte. Ninguna intención o motivo, ningún sentido. Como lo señala Lacan, el "Miglionnaire" es ya la máquina aleatoria e insensata, aunque veremos el matiz que esto toma en Gide. Si nuestro camarero no es muy simpático, es porque en nombre de la información, en nombre de los derechos absolutos del periodismo actual, por decir así, y a sabiendas de que si se quisiese fundamentar cuál es la relación entre esos dos hechos uno se perdería, sabe que siempre es posible establecer entre dos sorpresas insensatas "una relación reversible, y especular": que si alguno ha recibido una ganancia extra,es porque otro ha recibido una bofetada; y que si alguno ha recibido una bofetada, es porque otro se ha hecho una ganancia extra.

Así, con esta segunda presentación del dios moderno, el Zeus banquero, el "Miglionnaire", Gide invoca al viejo Prometeo, maestro racional de los hombres, a que se implique en ese doble enigma. En primer lugar, el enigma por el cual el S1 en el álgebra de Lacan, el significante solo, sin Otro para darle sentido, en la vertiente en que se inscribe como enigma, y en la que sostiene todo el intercambio de bienes, de mujeres y de palabras, sin incluirse en él, el de la deuda simbólica imposible de saldar, "es hoy el dinero-millonario", y nada más que el dinero, como significante puro sin sentido que parasita el pensamiento. El enigma por el cual el S1 en el álgebra de Lacan, el significante solo, sin Otro para darle sentido, en su vertiente de arma letal, de significante de la muerte, es "hoy lo millonario-fuerte que impone maquinalmente a lo débil-pauperizado daños corporales hasta morir", como significante puro sin sentido que golpea y lesiona al cuerpo.



Primera solución de Prometeo:
El camarero atiende un restaurante cuya singularidad es acorde con su única afición: la mesas son para tres personas (pues con dos las cosas se ponen siempre un poco pesadas) ; él las ubica, las presenta, les sirve la comida, y favorece que los tres desconocidos conversen contándose algo singular de sus vidas. Prometeo, un poco milenariamente olvidado de sí mismo, no es tan fácil de presentar. Reconoce haber sido, claro, "fabricante de cerillas", y si ahora no hace nada, para el camarero estará bien con decir que es "hombre de letras", pues Gide sigue divirtiéndose. Ubicado en la mesa con otros dos que tampoco se conocen, escucha cómo uno de ellos, llamado Damocles, narra el suceso que ha quebrado para siempre su vida voluntariamente rutinaria: ha recibido en un sobre a su nombre quinientos francos, y ya no hace sino preguntarse quién lo ha hecho y por qué. Su narración casi se ve interrumpida porque el otro, llamado Cocles, le hubiese dado una bofetada si no es porque el camarero lo detiene. Escuchamos, entonces, la historia de Cocles, el hombre bueno, que quiso afirmarse como tal al recoger el pañuelo caído de un transeúnte, el extraño pedido de éste en cuanto a que pusiera un nombre en un sobre, su bondadosa sumisión a hacerlo con el primer nombre que le vino, no sabe por qué, a la cabeza, el de un desconocido, y la bofetada tremenda recibida. Cocles tampoco sabe qué hacer con ese golpe de maldad sin sentido que ha caído sobre él. Ni siquiera busca al corpulento para devolvérselo, pues lo sabe más fuerte. Pero la significación que se impone al haberse puesto en relación los dos inexplicables es la de una animosidad, un resentimiento inagotable con Damocles: su ganancia, señor, se debe a mi desgracia ; no sé cuál es la relación, pero hay una relación. El lector podrá seguir a lo largo de toda la obra la reiteración de esa significación, que va desde el golpe de envidia hasta la lucha de clases, ya prevista y gustada por el camarero como la consecuencia inevitable entre los hombres del acto gratuito del "Miglionnaire". La tensión entre Damocles y Cocles se disipa un poco solicitando al tercero, a Prometeo, que cuente lo suyo. Luego de algunas hesitaciones, como haciéndose rogar, pues no se vería relación alguna entre lo suyo y lo de los otros dos, declara que él tiene un águila, a la que llama. Entra volando el águila en el pequeño restaurante. Al pasar, con la punta del ala, deja tuerto a Cocles. Se posa sobre Prometeo, y muy hambrienta se sacia una vez más con su hígado. El suceso da que hablar a unos cuantos que se aproximan a ver tal espectáculo: "Un águila eso ... ese pobre pájaro rapado ... Vamos, a lo sumo una conciencia ... Además no crea que eso lo distingue, todos tenemos una ... Además en Paris no se usa ... si a Ud. le gusta darle de comer con su hígado, cosa suya, pero sea discreto, eso no se muestra ... Además hay que desembarazarse de eso antes de entrar a un restaraunte, haga algo, véndala, sofóquela ..." Gide resume así lo que queda de la leyenda heroica en la opinión moderna. Durante el tumulto, Damocles ha aprovechado para pedir la cuenta, incluido un ojo de vidrio para Cocles, y para pagar justo quinientos francos, dejando algo de propina, y para irse.

Esta escena supone introducir una primera solución de Prometeo, en acto, aunque la continuación, por cierto, muestre sus falencias para cada personaje. Pensamos que es una primera solución por lo siguiente: el S1 en el álgebra de Lacan, el significante solo y sin sentido, es dinero fuera de intercambio y enigma para Damocles, y daño físico y moral y enigma para Cocles. Pero en acto, Prometeo muestra que el S1 "no es sin una relación de goce con un objeto", el objeto a en el álgebra de Lacan, enraizado en el propio cuerpo. Y lo prueba el saber de Gide cuando por su aparición no sólo hace aparecer el famoso hígado, sino que hace caer un ojo de Cocles.

Ese resto del propio cuerpo como fundamento de goce del intercambio es lo que hace creer, por un momento, a Damocles, que podría realizar un acto intencionado, también en dos tiempos, para liberarse de la deuda simbólica contraída: reintroducir en el circuito los quinientos francos, con el sentido de la buena acción reparatoria, sustituyendo el objeto perdido, y como siempre es el caso, por una prótesis. Todo parece solucionado, pero lo inconmensurable de la relación entre el S1 y el objeto "a", tan señalada por Lacan, está bien figurada por la regeneración incesante tanto del hígado como de la apetencia del águila, y por eso, de la escena, es Prometeo quien se va otra vez cargado con las preguntas de la opinión humana común: ¿qué hacer con el águila?, ¿venderla?, ¿sofocarla?, ¿alimentarla?.



Segunda solución de Prometeo:
Prometeo es encadenado también en Paris, porque el camarero, siempre dispuesto a que la información circule, lo denuncia como fabricante de cerillas sin autorización. Por supuesto, lo visita en la cárcel para dar y recibir más información. Así le cuenta a Prometeo que la solución de Damocles duró poco. Se aferra, ante el sin sentido, de una única significación, narcisística: la de sentirse responsable y preocupado por las desgracias de Cocles. Eso ya lo absorbe íntegramente, y llora al pensarlo, y lo piensa todo el tiempo. Cocles se aferra, ante el sin sentido, de una única significación, narcisística: la de ser reconocido como víctima de la ganancia de Damocles. Y como víctima, se preocupa por las demás, en espejo: junta fondos destinados a fundar un asilo para tuertos, del que será director. En cuanto al "Miglionnaire", nada lo atormenta, y el camarero anuncia que podrá presentárselo a Prometeo cuando salga de la prisión. Por último, le pregunta qué pasa con su águila, de la que aquél confiesa no haber pensado nada, y se va. Por cierto, ahora Prometeo piensa en su águila, y piensa algo nuevo: "Que ella crezca y yo disminuya." Ninguna búsqueda de otro significante que le de sentido. No lo hay. Pero hay el objeto pulsional desde donde causar al menos el fortalecimiento y la belleza del águila. Y amar eso. El águila crece, bella, y saca a Prometeo de la cárcel. Y Prometeo lo primero que hace es dar una conferencia pública para anunciar a todos los interesados su solución, demostrándola generalizable. El lector podrá disfrutar cada detalle de esa conferencia, hecha por alguien demasiado apasionado por el mensaje serio que quiere transmitir, para un público siempre inclinado a aburrirse. La solución se transmite con rigor lógico, o sea admitiendo una petición de principios de la que se sale por una "afirmación del temperamento": es preciso tener un águila, cada uno tiene la suya, no hay que amar a los hombres, hay que amar lo que los devora, hay que consagrarse a hacer de la propia águila algo bello. Como Damocles y Cocles están presentes, Prometeo les dirige su solución: conságrense a su deuda, uno al dinero, otro a la bofetada. Cocles debe ahondar su cicatriz y su órbita vacía, Damocles tiene que guardar esos quinientos francos, deberlos sin vergüenza, deber más aún, deber con alegría. De todos modos, todos y cada uno tienen su águila que lo devora. Entonces, para qué dejarla en buitre feo, si se la puede hacer bella, si se puede hacer de eso el propio rasgo de una personalidad, y aún a costa de la propia disminución. Llega lejos entonces, Gide, acá, en la identificación al S1 a partir de la ubicación de su partenaire-objeto, y a un aspecto, por tanto, de la identificación al síntoma propuesta por Lacan como solución psicoanalítica. Llega lejos, pero no sin haber pasado por la verificación, ante testigos, de que su águila no responde a las preguntas: ¿de dónde vienes, quién te envió, por qué me elegiste a mí? Esta nueva solución, aparentemente, permite a Prometeo cambiar su antiguo humanismo, hecho de piedad por los hombres y de conciencia del bien. No se trata ya de eso, sino de pasar del amor a los hombres al amor al águila. Cada cuál tiene la suya, porque en todos está esa enferma esperanza de algo mejor, esa insistente creencia en el progreso, aunque marcada en cada cual por un significante sin sentido que parasita el cuerpo, de un modo diferente y singular en cada caso.

3) Luego de la conferencia, el camarero informa a Prometeo que la nueva solución a afectado mucho a Cocles y a Damocles. Cocles, la bondadosa y caritativa víctima, anda por las calles poniendo la otra mejilla, a la espera de que una nueva bofetada resulte ganancia extra para otro, con lo que nos enteramos que en el fondo aún le falta entender, pues nada lo quita de la relación reversible con que cubre lo insensato. Este detalle, esta coalescencia del S1 recibido, la bofetada, con un objeto velado por esa relación especular tan piadosa como cargada de agresividad, ya nos dice del límite de la nueva solución. En cuanto a Damocles, el efecto es aún peor. Un frío le ha entrado durante la conferencia, por el que se le cuela una misteriosa enfermedad que adivinamos mortal, la de la angustia constante de consagrarse a la pregunta sobre quién le ha dado ese dinero, y por qué, y por qué de eso le ha sobrevenido un mal a un tercero. Este detalle, esta coalescencia del S1 recibido, los quinientos francos, con un objeto velado por la relación especular, cargada de remordimiento y de una culpa inextinguible, porque no hay juez a quién dirigirla, también nos anuncia el fracaso de la solución. Se cumple en ese momento que el camarero lleve a Prometeo a una "interview" con el mismísimo "Miglionnaire", quien al ser personificado, permite a Gide explorar algo más que su aspecto de máquina aleatoria y sin sentido, y por tanto de máquina sin intenciones. Le permite tratar de precisar cuál sería su goce, y hay en esto algo seguramente relativo a la posición subjetiva de Gide. El "Miglionnaire" nos dice que efectivamente es más rico de lo imaginable. Tiene "todo, todo" es de él. Por eso sus actos son gratuitos, ya que un desinterés absoluto sólo corresponde a una fortuna infinita. Pero reconoce una pasión, una pasión por el juego, y no por ninguna ganancia eventual, pues el ya tiene todo. El juego es tomar una iniciativa, gratuita, introducirla de un modo oculto entre los hombres, y dejarla luego para ver a qué empuja. "Yo experimento", le hace decir Gide. Y entonces el "Miglionnaire" nos cuenta su más reciente experiencia, y tenemos la última versión del incidente callejero, digamos ... según su autor. "Descendí en la calle, buscando el medio de hacer sufrir a alguno con el don que iba a hacer a algun otro ; hacer gozar a éste con el mal que iba a hacer al primero. Una bofetada y un billete de quinientos francos me bastaron. A uno la bofetada, al otro el billete. ¿Está claro? Lo que no lo es tanto es la manera de darlos."

De esta manera, Gide nos revela el secreto del enigma, y nos dice de qué se trata en la figura del "Miglionnaire" y qué hay atrás del irrisorio "famillonario": el fantasma del Otro supremo en maldad, y la consistencia del acto perverso sádico puro.

La solución de Prometeo se hunde para sí mismo también, pues su consagración al águila no es sin coalescencia con un objeto velado aún por un amor a los hombres. Pide por dos veces y por piedad al "Miglionnaire" que al menos se haga presente ante el agonizante Damocles, que al menos éste muera sabiendo quién le envió el dinero. "No recibo consejos de nadie" y "No quiero perder mi prestigio" son las respuestas.

Damocles, luego de una agonía y una angustia poco soportable para los que lo asisten ("He ahí la suerte de quien se ha enriquecido con el sufrimiento de otro", dice el bueno de Cocles) muere de un modo "admirable", según Gide. El lector apreciará la ironía exquisita con la que nos presenta el notable sentimiento final, capaz de arrancar lágrimas a los más impíos, lágrimas tenidas por "edificantes".



La tercera solución de Prometeo:
Del encuentro de Prometeo con el "Miglionnaire" ha quedado un resto. Luego del rechazo a su pedido de piedad, Prometeo lo "ataca" con una pregunta crucial: ¿Podría al menos mostrarme su águila?. "Pero yo no tengo águila", responde Zeus, y continúa riéndose: "... las águilas soy yo quién las da." Prometeo queda primero en un gran estupor, pero es a partir de aquí, a nuestro juicio, que comienza la elaboración de su última solución. Es decir, a partir de un desgarro lógico de ese Otro supuesto total.

Así anuncia que ya no está convencido de su anterior propuesta, y que hablará en el entierro de Damocles. Lo hace, en efecto, y aunque el clima se suponía fúnebre, lo hace de un tirón, y sin interrupciones, contando una desopilante historia que hace reír a todos: la historia de Títiro. Ya no se trata de un esfuerzo de demostración lógica, sino de algo que transmite entrelíneas, a buen entendedor, y de un modo muy chistoso.

La historia está narrada según una suave parodia del estilo evangélico, y en ella se nos cuenta, a través de Títiro, el laborioso progreso humano. Solamente que ya de un modo muy cómico, como quien no quiere la cosa, se nos va diciendo que cada logro, cada progreso debido al trabajo, engendra siempre un nuevo problema, y algo que no funciona. Con más trabajo puede resolverse el problema causado por el logro del trabajo anterior, pero causando a su vez un nuevo problema. La historia es larga, y uno se da cuenta de que el asunto no tiene síntesis. "No hay progreso", sentencia Lacan, en los EE.UU., y profundiza: "Lo que se gana por un lado se pierde por otro, y como se olvida lo que se perdió, se cree que hay progreso." Entre los progresos de Títiro está adquirir una biblioteca, la cual viene con bibliotecaria, de nombre Angela, y tenemos la primera aparición de una mujer en todas estas historias de hombres. Angela puede acompañar y participar muy bien en tanta labor sublimatoria, pero tira de la manga a Títiro para que largue un poco todo, para que salga un poco de ese trabajo progresista interminable, y para que se vaya con ella de viaje, a pasear, a París. Acomodados con unas copas en un barcito en un "boulevard", asisten al clima expectante de la llegada de Melibeo y la música de su flauta, lo que ya enciende de curiosidad y emoción a Angela, quien apenas lo divisa ya lo considera encantador. Melibeo llega ante Títiro, deja de tocar la flauta, se detiene bruscamente, ve a Angela "y cada uno se dio cuenta de que él estaba desnudo". El lector se divertirá con la escena. Por supuesto, Angela se va con Melibeo, y Títiro queda solo. Esa es toda la historia, que hacer reír mucho a los asistentes al funeral de Damocles, y al propio Prometeo, quien reconoce lo aburrido de su solución anterior. Ahora nos dice que ha encontrado el secreto de la risa. Ha encontrado la salida, una salida del "Miglionnaire". Y con su historia ha ubicado donde estaba ese secreto, y lo ha ubicado en el S1, ya no como enigma irresoluble por otro significante, ni como consagración a su relación con el objeto "a", sino como Falo en su confrontación con el Otro sexo, con lo femenino como tal, en donde se revela su castración y la inexistencia de la relación sexual. Eso era todo. Así, mientras duran las risas, por decir así, Prometeo invita a comer, y se comen el águila bien preparada, como quienes comen su ser ahí. De su anterior belleza Prometeo conserva las plumas, y el narrador-Gide aclara que con una de ellas ha escrito la obra. Para el caso de que el lector o lectora pudiese equivocarse respecto a alguna última idealización puesta en Angela, a modo de epílogo, Gide nos remite a Pasifae, la que no amaba a los hombres, pues quería la relación sexual, lo que en su error intenta con un toro-dios que resultó apenas toro. Gide le hace decir: "Si Zeus se hubiese mezclado en el asunto, hubiese dado a luz un Dioscuro ; gracias a ese animal, he traído al mundo un becerro". Con la palabra "becerro" (veau) termina "El Prometeo mal encadenado", la historia del "Miglionnaire", o sea la palabra sobre la que se construye otro chiste de Heine estudiado por Freud, y paradigma, según Lacan, de la combinación significante y su efecto metonímico. Es que aún cuando el becerro de Pasifae se haga "Miglionnaire, becerro de oro", siempre resultará impotente para inscribir la relación sexual.




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1 - Lacan (J.), "Juventud de Gide o la letra y el deseo", en "Escritos II", Argentina, Siglo XXI editores, 1987, págs. 719-743.

2 - Cf. el mejor comentario actual: Miller (J.-A.), "Acerca del Gide de Lacan", rev. "Malentendido", 7, Barcelona, 1990.

3 - Lacan (J.), "Le Seminaire, livre V, Les formations de l’inconscient", París, Éditions du Seuil, 1998, págs. 43 y 51-52.

4 - En el establecimiento de ese quinto Seminario, J.-A. Miller titula la tercera lección: "Le Miglionnaire". Es un motivo de interés más para descifrar esa referencia de Lacan.

Fuente: lacanian.net/Ornicar%20online/Archive%20OD/ornicar/articles/ind0070.htm

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