Usos de la droga y el goce en tres casos de adicción, Gerardo Réquiz

Usos de la droga y el goce en tres casos de adicción

Trabajo del Centro Fundanalítica de Caracas presentado en el Primer Encuentro Americano del Campo Freudiano.
Gerardo Réquiz, relator.
Participaron: Noemí Cinader, Beatriz Días, Luigi Luongo, María Emma Scull.


A través de los casos que integran este relato hemos querido distinguir, por una parte, qué tipo de goce es ese que permite al adicto escapar de la castración y mantenerse en un equilibrio inestable con su objeto de consumo, prefiriendo lo peor del goce a poner en juego la castración; y por la otra, precisar el uso particular del objeto droga en la búsqueda de ese fin dentro del contexto de la economía psíquica de cada sujeto, sabiendo que no en todos los casos este objeto tiene la misma función. Con este último paso la problemática se desplaza del objeto a sus usos.

Es sabido que el rechazo del falo en las adicciones abre al sujeto la posibilidad de un goce sobre el cuerpo que lo acerca al autoerotismo y a un retorno del goce pulsional que prescinde del ordenamiento fálico. No es un retorno por forclusión del Nombre del Padre, de hecho el fenómeno se presenta por igual en cualquiera de las estructuras. Esto es lo que hace a las adicciones tan exitosas en su acción. Ellas pueden, por medio de un objeto, pasar por encima de la estructura, que no se pierde, pero que se subordina a la relación con un goce repetitivo, invasivo, que encuentra su apoyo y hasta su límite en el consumo compulsivo de un objeto específico.

El primero de los tres casos corresponde a una mujer que llega al Centro Fundanalítica muy preocupada por el aumento de su consumo de marihuana y tranquilizantes debido a la angustia que experimenta ante la anticipación del encuentro con hombres. Por otra parte agrega que se había convertido en una suerte de estrago para la hija quien responde a la intrusión materna con una anorexia bien resistente que requirió hospitalización.

Esta mujer se ha defendido de su dificultad para encontrar pareja escudándose en la creencia generalizada de una supuesta “insuficiencia de hombres”. Refugiándose en la vaguedad de estos imaginarios colectivos pospone la pregunta por su propia responsabilidad en la queja. En realidad lo que ha ido apareciendo en las entrevistas iniciales revela que en el encuentro con el otro sexo experimenta una angustia incomprensible. Dice una y otra vez que no sabe cómo hacer con los hombres. En sus acercamientos amorosos prueba con el alcohol para ayudarse, luego lo sustituye por marihuana. En poco tiempo ese apoyo se transformó en una sustitución del hombre por las drogas. Con el aumento de la angustia también se incrementa el consumo que pasa de la marihuana a la cocaína.

El caso muestra el uso de la droga como “lenitivo”, según el término de Freud en el Malestar en la cultura. Pero también se pueden distinguir en él dos usos contrarios de la droga. Al principio como apoyo para acercarse al hombre y posteriormente, luego del fracaso en sus intentos, como objeto separador. Para ella el análisis se plantea, de acuerdo a sus palabras, como “una cuestión de vida o muerte porque de seguir así muero como persona”. Con este enunciado de la vivencia de una situación límite comienza las entrevistas.

Actualmente, luego de dos años de sesiones, vive entre pequeñas recaídas en el consumo y temores por los riesgos que va tomando en su vida amorosa. Lo que hemos podido comprobar, a lo largo de este período, es que para ella el falo oculta el vacío radical, y es eso lo que experimenta con angustia cuando el juego amoroso inevitablemente convoca al semblante fálico y a la castración.

El segundo caso muestra el uso de la droga como vía de escape hacia un goce pulsional muy preciso cada vez que aparece la amenaza de castración. Se trata de un hombre de mediana edad que consulta por sus reiteradas actuaciones llevadas a cabo con cocaína y licor que consume en grandes cantidades durante los fines de semana. Al poco tiempo de casado comienza a tener problemas de erección con su esposa quien para su sorpresa no lo reprocha. Sin embargo evita las relaciones sexuales, aumenta considerablemente el consumo y comienza a "escaparse", como él dice. Se va a los burdeles y paga a las mujeres y a los hombres del local para que mantengan relaciones sexuales mientras él mira. Durante las entrevistas se pone de manifiesto que este impase con la castración, que se inicia con la impotencia sexual, le sirve de excusa para dedicarse a un goce voyeurista dejando a otros el desempeño fálico mientras él se mantiene como espectador pasivo. Esta situación, que contaba con la anuencia cómplice de la familia, se mantuvo varios años hasta que por una coyuntura particular, que puso de nuevo a la castración en el horizonte, pero sin posibilidad de escape, este sujeto accede al análisis.

En este manejo de las drogas al servicio de un goce encubridor se esconde una salida a la castración bastante exitosa. Según dice, se siente muy complacido cuando ve la potencia sexual de los otros en perfecto funcionamiento, mientras él consume cocaína. Con las “escapadas”, como él llama a sus incursiones nocturnas, se desliga de las ataduras fálicas las cuales incluyen el escape de los ideales del matrimonio y de los compromisos y responsabilidades del funcionamiento en familia.

A la primera cita acude muy ansioso. Refiere que su angustia se debe a los comentarios negativos sobre su virilidad que últimamente hacen los hombres del burdel cuando rechaza participar en las orgías en lugar de mirar. Decide no regresar más al sitio pero mantiene el alto consumo de cocaína. Luego de varios meses en entrevistas preliminares entra en análisis cuando la angustia, de cuya causa hasta ese momento no quería saber nada, comienza a formar parte de una queja que lo divide. Se mantiene en análisis aunque no sin dificultades por la tendencia fácil al acting out y al consumo que aún sostiene aunque en menor cantidad. De vez en cuando se escapa también del análisis, situación con la que debemos trabajar cuando enfrentamos sujetos muy atados a una fórmula de goce como la adicción a drogas.

El tercer caso de este trabajo introduce un punto polémico sobre el goce en las adicciones: la apertura al infinito. En algunos trabajos sobre el tema se afirma que la apertura al infinito del goce en las adicciones pondría al adicto en relación con el Otro goce cuando se traspasa el límite impuesto por el goce fálico. Pero coincidimos con los colegas del TyA de Buenos Aires que se trata siempre de un goce pulsional que queda como resto de la operación simbólica del Nombre del Padre, no del Otro goce asociado a La mujer, tal como lo deduce Lacan. En la adicción estamos en presencia de un goce pulsional igualmente abierto a la infinitud pero a la de la repetición pulsional. El problema para el sujeto es cómo poner límite a este goce desbocado, insistente y repetitivo que tiene a la mano un objeto tan adecuado a sus fines.

Una mujer en la treintena de su vida acude al Centro Fundanalítica después de un proceso de desintoxicación. Había sido rescatada de la calle por la policía casi al borde de la muerte por ingestión de crack y licor. Después de las dos o tres primeras entrevistas suspende el consumo completamente. Refiere que por voluntad divina se encontró con el Centro y ahora se quiere dedicar al “Señor. Un centro evangélico se ocupa actualmente de su cuidado diario y, según refiere, desde que “el Señor” se le reveló, su vida tiene sentido y no quiere saber de drogas. Estos efectos identificatorios son comunes en las adicciones y sirven de base para tratamientos sostenidos en la identificación a los ideales de la institución.

Es interesante en este caso no solo el efecto terapéutico inmediato con este salto de la droga a dios facilitado por el rescate de las autoridades, sino su desprecio por el propio cuerpo y por la sexualidad expresada en la promiscuidad y la prostitución. Es hija de un hombre desconocido y de una madre “casi beata” que la había abandonado para ocuparse de la iglesia. Se escapó de la casa a los 19 años con un hombre que la introdujo en las drogas y de quien tuvo una hija que entregó a la madre y no volvió a ver durante 7 años. Practicaba la prostitución para “ganarse el techo”. Consumía diariamente cocaína y licor para no saber con quien se acostaba. Esa era, de acuerdo a su relato, la única manera de soportar a los hombres. “Con el señor me basta”, pensaba mientras estaba con un hombre. En los momentos de mayor intoxicación experimentaba una sensación de plenitud con dios dejándose hacer en su cuerpo lo que el hombre de turno deseara.

¿Se puede pensar en este caso en el acercamiento entre el Otro goce, que Lacan sitúa como complementario del goce fálico, y el consumo de drogas por la referencia constante a la divinidad que era lo único que a ella parecía importarle cuando esta muy drogada y en alguna relación sexual? ¿Este abandono del cuerpo tiene similitud con el desprecio por el bienestar corporal que manifiesta San Juan de la Cruz?

Hasta el momento, la apertura al infinito que ella describe con prolijidad no muestra otra cosa sino el imperativo de la pulsión. Sus consumos desenfrenados y compulsivos, mantenidos mediante el comercio sexual, encajan muy bien en la experiencia adictiva común. Su añoranza de dios va más por la búsqueda del padre en la neurosis que por la experiencia mística de fusión con la deidad. Es interesante ver como, por un lado, ella mantiene la añoranza del Uno fálico, representada en el dios padre y, por el otro, lleva una vida dedicada a escurrirse del ordenamiento de la dimensión fálica bajo la forma de un desafío a toda norma o regulación, y de un exceso de pene con lo cual no hace otra cosa que denunciar imaginariamente la asimilación imposible del pene al falo en el acto sexual y en el equivalente fálico que podría tener la hija que abandona.
Que la clínica con los adictos constate que estos se acercan a una forma de infinitud no significa necesariamente que se coloquen del lado del goce infinito de La mujer descrito por Lacan. Este goce suplementario que distingue al Otro sexo, es una deducción lógica que proviene de la existencia de un solo referente, el falo, para la organización de los dos sexos, pero que no prescinde de ese referente. Es un goce suplementario y de una factura distinta al goce de la pulsión que encontramos en los casos presentados en este relato.

El infinito del goce pulsional se manifiesta en las adicciones queriendo siempre más droga, acortando los tiempos entre una ingesta y la próxima hasta que la sobre dosis o alguna otra experiencia cercana a la muerte imponen un límite.

Fuente: .nel-amp.com/usos/usos_requiz.doc

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