TIEMPO Y GOCE

TIEMPO Y GOCE
Miquel Bassols

Septiembre 2003

Hay una historia del tiempo, de la experiencia que hace de él el sujeto según el discurso del cual es efecto. Esta experiencia muestra que el tiempo no es una entidad objetivable fuera de ese discurso. Entonces, no es seguro que el tiempo exista desde y para siempre, y es por eso que se ha intentado hacer su historia. Para la física de nuestra época, por ejemplo, el tiempo ha cesado de existir como una duración progresiva objetivable en la naturaleza y no es un problema que espera su explicación con la misma indeterminación que el de la “conciencia” (cf. el reciente debate llevado a cabo por un joven no académico llamado Peter Lynds). El psicoanálisis sabe, en efecto, que el mito del tiempo continuo atraviesa las edades de la mano del de la conciencia, ese fantasma del ser del cual Freud no llegó jamás a escribir su artículo prometido.

Por otra parte, los efectos de la ciencia se hacen cada vez más en la gestión -es la palabra de actualidad-, del tiempo en la globalización del mercado del goce. Cada vez más, el tiempo se convierte en un valor de cambio en un discurso, el del amo, que tiende a homogeneizar, incluso a liquidar, el valor de uso del tiempo donde el sujeto hace la experiencia de su deseo. Paradójicamente, el tiempo de la globalización tiende así a desvanecerse en la proposición de su gestión como un valor de cambio generalizable. Eso puede llegar a la caricatura. Por ejemplo, hace algunos años se ha fundado en Barcelona un “Banco del tiempo”, un banco donde el único valor de cambio es justamente el tiempo cuantificado. Sus clientes tienen unos cheques de “tiempo” que pueden ser cambiados con el tiempo de otro cliente –por ejemplo, una hora de un carpintero con una hora de un electricista. Eso implica una estandarización dudosa de la fuerza del trabajo por el tiempo tomado como el único equivalente general. Sería interesante preguntar a este banco cuál es la plusvalía que se puede extraer de esta gestión.

La proposición de hacer del tiempo un equivalente general va a la par con la proposición de hacer del tiempo mismo un objeto de goce. Gozar del tiempo es entonces una consigna del discurso del amo para ordenar el campo del goce.

En esta coyuntura, el sujeto de la globalización es como ese hombre desesperado de la vida que levanta los ojos al cielo y exclama: “Dios mío, dame un poco de paciencia…rápido”. De hecho, es también la demanda que el usuario hace a los servicios de la salud (mental o no), y es también la demanda que el psicoanalista recibe en su gabinete. La relación del tiempo con el goce se presenta en principio en una demanda de satisfacción inmediata, que es la de la pulsión. La demanda de la pulsión es muy propicia al tiempo de la globalización que intenta borrar el intervalo entre la causa y el efecto y llegar a una cuasisimultaneidad virtual, la de la red absoluta. En este ideal no habría lugar para un tiempo de comprender.Pero es allí justamente donde ocupa su lugar el síntoma, el del hombre siempre feliz de la pulsión que lleva a satisfacerse en las formas sustitutivas que encontramos en la clínica. El síntoma es, de hecho, el valor de uso del sujeto de la pulsión que hace objeción a la gestión del tiempo del goce impuesto por la civilización instantánea. El síntoma es intento de incluir un tiempo para comprender en la demanda pulsional de satisfacción inmediata.

En este sentido, el psicoanálisis es también un síntoma, el mejor que tenemos para responder a los estragos inducidos por la globalización del tiempo del goce y por el imperativo del goce del tiempo. Y es aquí donde la cuestión del uso del tiempo de la sesión analítica toma todo su alcance en la intervención del psicoanalista y en su respuesta a la demanda de la pulsión.

Se podría pensar en principio que la sesión analítica es la proposición de un tiempo para comprender, un tiempo para inventar una nueva respuesta a la pulsión, una respuesta más soportable para el sujeto. Y es verdad que hay ese lado “tiempo para comprender” de la sesión analítica. El sujeto testimonia frecuentemente cuando experimenta la sesión analítica como un paréntesis, un intervalo, en su gestión del tiempo, un tiempo aparte que es, en sí mismo, una discontinuidad.

De hecho, la sesión más o menos standard de nuestros colegas de la IPA es un intento de fijar un tiempo para comprender único, un tiempo como equivalente general de la pulsión como respuesta al síntoma del sujeto. El sujeto compra su tiempo al analista para tener un “tiempo para comprender” propio. En esta lógica, es necesario contabilizar ese tiempo para comprender, en hacer una suerte de equivalente de la pulsión y de traducirlo después al equivalente general del dinero. Tal unidad de tiempo vale tal unidad de dinero –el dinero, ese “convidado” de piedra” en el debate.

La orientación lacaniana y la práctica de la “sesión corta” no sigue esta vertiente “gestión del tiempo”. La sesión corta tiende más bien a provocar ese tiempo de comprender fuera, en el intervalo entre una sesión y otra y no a subsumirlo en su propio intervalo interior. No se puede contabilizar el tiempo para comprender con el tiempo cronológico y traducirlo al equivalente general del dinero. El tiempo y el dinero son, en ellos mismo, unos objetos de goce en la lógica fálica. Para responder al tiempo del síntoma, a la demanda de la pulsión, el psicoanalista lacaniano opera con el corte como introducción de un “tiempo libidinal”, para retomar el término utilizado por J.-A. Miller en su curso “Les us du laps”. Ese tiempo libidinal se opone de hecho al tiempo epistémico del tiempo de comprender, hace posible su término en el pasaje de la indeterminación del sujeto del inconsciente al sujeto de la certeza del acto y de la pulsión. De hecho, la sesión analítica, tomada solamente como “tiempo para comprender”, como tiempo de elaboración del saber inconsciente, como tiempo epistémico, sería una sesión infinita a falta de la introducción de ese tiempo libidinal, el tiempo de la pulsión, que es lo único que puede llevar al sujeto a la certeza de su acto. Se comprende entonces por qué se debe fijar un tiempo standard frente a la incommesurabilidad de la relación ética del tiempo del goce con el dinero.

Por el contrario, la sesión analítica tomada como corte, como una conjunción inédita en la experiencia del sujeto entre el tiempo epistémico de la transferencia y el tiempo libidinal del goce, implica un tacto que el término aristotélico del “kairos” designa muy bien. El “kairos” designa precisamente el momento oportuno, la ocasión favorable que es necesario para la sesión analítica, y no puede darse sin la “frónesis”, la prudencia, categoría ética que viene al lugar del Otro que no existe, de la falta del Otro del saber. La prudencia que acompaña el tiempo oportuno de la elección es entonces la prudencia del acto que introduce el sujeto de la certeza, el sujeto que la experiencia nos enseña a situar en relación a la pulsión. Ese tiempo oportuno no se da sin el tiempo de una elaboración epistémica, sin una elaboración de saber, pero es también irreductible a una cuantificación cualquiera, a una previsión standard cualquiera.
Tiempo epistémico y tiempo libidinal se anudan entonces en el acto de la sesión analítica. El uno no va sin el otro, no hay acto sin saber, no hay tampoco un nuevo saber sin acto, pero hay también una disyunción interna entre esos dos tiempos. Hay un punto donde el tiempo del acto pone en suspenso el tiempo del saber, un punto donde el sujeto no accede a la certeza del acto mas que poniendo en suspenso al saber.

Ese punto queda siempre como imposible de cuantificar o estandarizar, imposible de prever. Se puede incluso decir que no es más que pasando por este imposible de cuantificar que puede ser producido en la sesión analítica. Es allí donde reside la virtud del uso del tiempo en la experiencia analítica tal como la enseñanza de Lacan la ha orientado. Es allí que debemos situar los usos de la sesión corta, la sesión que corta la significación para hacer aparecer el sujeto de la certeza, el único que puede responder de una manera eficaz al tiempo de la globalización del síntoma.

Fuente: nel-amp.com/tiempo/gaceta/gaceta_Bassols.doc

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