Inhibición, síntoma y angustia como signos de goce, de Antoni Vicens, Parte I

Inhibición, síntoma y angustia como signos de goce,
de Antoni Vicens


Wirklich gesponnendes niemals, wiedergeholt.
Paul Celan

En su escrito Inhibición, síntoma y angustia, [1] Freud sitúa la inhibición, el síntoma y la angustia en una topología de saco, a partir de una distinción entre un único dentro y un único fuera. [2] El esquema que incluyó en su escrito casi contemporáneo El yo y el ello nos muestra efectivamente al ello como un depósito de pulsiones de vida y muerte que intentan salir y manifestarse contra el obstáculo que representa la barrera de protección conformada por el yo. El yo es el mediador entre un mundo de fuera (Außenwelt), fuente de estímulos de los cuales muchas veces, aunque no siempre, se puede huir, y un mundo de dentro en el que las pulsiones, de las que no hay ninguna posibilidad de huir, actúan con fuerza constante. Pero aunque no hay huida posible, sí existe el poder de dominar los destinos de la pulsión, o más bien de poner en pie una política frente a ellos. Una de las oportunidades de esa política es la negociar con ellos; y, a su vez, una de esas formas de negociación, privilegiada por Freud, la represión, es la fundamentación del inconsciente. El inconsciente es la posibilidad de tratar políticamente a la pulsión, o a sus mociones, a partir de algo que les es heterogéneo, pero que está ligado a ellas como su sombra: la representación.

Las representaciones son el puente entre la pulsión y el lenguaje. En tanto representaciones, no forman sistema; es el lenguaje quien les da una organización y las trama en lo que Freud denominó inconsciente. La poética del inconsciente, basada en los mecanismos de desplazamiento y de condensación, de los que Lacan demostró su equivalencia con los tropos del lenguaje que son la metonimia y la metáfora, permiten, a través de la representación, marcar los trayectos de la pulsión tratándola como un objeto extraño interno. Por la vía de la representación, el lenguaje puede tratar en parte a la pulsión como un referente, es decir, como un objeto. El lenguaje se crea como la manera discursiva de esquivar a ese objeto, pero al precio de que nunca se lo evita sino parcialmente.

En cualquier caso, merced al inconsciente, la fuerza interior que es la pulsión, y que está siempre dispuesta a dar batalla, es tratada en términos políticos; los cuales se metamorfosean, por la gracia de la transferencia, en poéticos.

La pulsión

La pulsión, entonces, exiliada en el interior del ello, se ve obligada a hablar lenguas extrañas; esa condición le impide satisfacerse con su silencio constitutivo. Esa es la misión del inconsciente. Hay que decir que no siempre lo logra, el inconsciente; y en ocasiones el silencio pulsional supera el fragor lenguajero y abigarrado de la vida. Muchas veces, en ese fragor, se hace oír la demanda de un nuevo amor; es entonces la oportunidad de una elaboración psicoanalítica, es decir, de hacer uso del dispositivo inventado por Freud para dejar hablar a la pulsión reticente.

En la segunda tópica, Freud inicia una teorización que intenta ir más allá de esa relación de lenguaje entre la pulsión y la representación, y cuyas consecuencias son tomadas de la manera más consecuente por Lacan en los últimos años de su enseñanza. En todo caso, se trata de examinar si aquello que, en el interior del ello, y antes de la erección del inconsciente, aparece como un caos de pulsiones, no tendría ya algún tipo de organización. En su curso Los signos del goce, Jacques-Alain Miller sitúa ese esfuerzo lacaniano a partir de la noción de signo. [3]

Veíamos que el inconsciente, que permite un cierto tratamiento de la pulsión, surge como fruto de la represión o, lo que es equivalente, de la estructura del lenguaje. Un nuevo esfuerzo apunta a registrar las operaciones realizadas sobre la pulsión antes del significante, antes de la represión y de la operación de discurso ligada al lenguaje, esto es, a partir de la otra vertiente del inconsciente, la del signo. [4] El significante, que permite las operaciones de tratamiento de la pulsión antes reseñadas, aparece así como un caso particular de signo: es el signo lingüístico por excelencia, aquel signo que se crea merced a una estructura, en dependencia de un discurso, formando un conjunto de significantes productores de un significado que corre siempre por debajo de la barra de la represión.

El signo, por su parte, responde a un concepto más amplio: no depende de un conjunto, no tiene estructura de lenguaje, no se ocupa de ningún significado, su existencia depende de un acto de creación independiente; el discurso no es su condición. El signo parte simplemente de la capacidad de recoger un poco de goce en una forma que repita insistentemente [5] su vacío. La pulsión se defiende así de la pulsión creando una heterogeneidad determinada de manera prehistórica, contingente, original, a partir del caos de la pulsión; y la respuesta a ese poco de orden es el sujeto, que no puede sino presentarlo como creación propia.

Decíamos más arriba que la pulsión, por su natguraleza, se ve obligada a hablar lenguas extrañas. Eso quiere decir que ningún idioma sería el propio de la pulsión; y sin embargo la pulsión se cifra en una sucesión de signos que contienen el silencio y el fragor de la vida a la vez; es decir, el goce. El lugar de la pulsión pasa a ser un espacio indeterminado: ello, eso que está ahí, das Es, señalado con un puro deíctico, algo cuyo referente está fuera de la trama de significación del lenguaje. La pulsión no está del todo en la lengua; su ciframiento es translingüístico.

La inhibición, el síntoma y la angustia

El tema de fondo de Inhibición, síntoma y angustia es que el supuesto trauma del nacimiento, en el que Otto Rank considera haber encontrado la piedra filosofal del psicoanálisis, no puede ser la causa del inconsciente. La razón freudiana de esta negativa a aceptar las tesis de su discípulo es que, si hemos de admitir que este trauma aparece antes de toda representación, no puede entonces ser metáfora de nada. El trauma, en el sentido de Freud, es un acontecimiento, inscrito en un discurso. Un acontecimiento prediscursivo sería una contradicción. La argumentación de Freud contra Otto Rank se basa precisamente en la constatación de que, si Rank tiene razón, él mismo se desmiente: en efecto, para el recién nacido, esa supuesta experiencia nueva e inaugural no se puede significar de ninguna manera y, por tanto, no puede considerarse como experiencia de nada.

Pero la construcción de Rank es aprovechable por otro lado, en tanto apunta a la posibilidad de una nueva semántica, aquella en la cual la metáfora (es decir, el inconsciente) no tiene lugar. Si esto fuera así, existiría la posibilidad de tratar la inhibición, el síntoma y la angustia aparte del significante, como constituidos en el orden del signo; serían en suma modos de ciframiento del goce. Así el inconsciente no sería tanto la causa del síntoma como su efecto. Si, en su escrito, Freud se explica más largamente a propósito de la inversión causal de la angustia, no es menos importante la inversión causal que presenta en lo que se refiere al síntoma. Recordemos que, para Freud, a partir de Inhibición, síntoma y angustia, la angustia ya no es un efecto de la significación fálica, ya no es un significante, sino una “señal”. Dicho de otra manera, no es la metáfora lo que causa angustia, sino la angustia lo que provoca la creación metafórica, como se ve de manera ejemplar en el caso del pequeño Hans, cuando de la angustia surge la metáfora del caballo en el lugar del significante del Nombre del Padre. La angustia aparece en un mundo sin estructura, sin contexto, irrumpiendo en lo imaginario como una discontinuidad que demanda exigentemente un sentido nuevo.

De un modo semejante, la inhibición tampoco es tratada como un significante, sino como signo del hecho de que tenemos un cuerpo, portador a su vez de unos signos a los que denominamos funciones. En efecto, desde al menos Geoffroy Saint-Hilaire, las funciones son los signos mediante los cuales intentamos hacer sentido fisiológico de ese espacio entre vida y muerte que es nuestro cuerpo.

Tampoco el síntoma se presenta en Inhibición, síntoma y angustia como cadena significante; sino como real: algo real que somete el sentido a una segregación, a la segregación propia de la ex-sistencia, de aquello que existe fuera.

Recorramos con un poco más de detalle estas tres descripciones que se desprenden de Inhibición, síntoma y angustia, a la luz de las primeras lecciones del seminario RSI de Lacan, [6] en las cuales se refiere explícitamente a este escrito de Freud.

Continua

Fuente: elp-debates.com/elp-slp/txtv.htm

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